No puedo ser, pero que me quiten lo bailado!
No hay duda de que, a cualquiera que le guste esto de correr por el monte, hay un nombre de un pequeño pueblo de la Euskadi profunda que le eriza la piel nada más oírlo y es que, tal y como dijo Kilian Jornet, Zegama is Zegama.
Obviamente, todos queremos poder correr allí alguna vez y eso hizo que, en un ataque de locura (del que no fui consciente hasta hace bien poco) en 2013 y 2014 me preinscribí para poder tomar la salida en la maratón de las maratones de montaña. Y digo "para tomar la salida" porque, a día de hoy, soy consciente de que no sólo no habría sido capaz de acabar la carrera si no que, probablemente, no habría llegado a tiempo ni tan siquiera al primero de los puntos de corte de la misma.
Automáticamente, una explosión de alegría y nervios se apoderó de mí mientras levantaba el teléfono para contárselo a mi hermano y mil ideas y pensamientos empezaban a recorrer mi cabeza: "no me lo creo", "¿estoy preparado?", "va a ser brutal", "¿tengo a los niños ese fin de semana?", "¿cómo me lo monto para ir y volver?", "¿me he flipado apuntándome?", "tengo que entrenar a muerte"... Porque no olvidemos que, a parte de ser una carrera única por el ambiente que generan las miles de personas que suben al monte a animar a todos y cada uno de los 500 participantes, hablamos de una maratón de montaña con sus 42 km y 2700 metros de desnivel positivos que, si ya de por sí suponen un reto para alguien como yo, se pueden envenenar (y mucho!) dependiendo de las condiciones.