Sufrir mucho y disfrutar más
El año pasado me planteé uno de esos retos tontos que a mí me gustan: como cumplía 42 años, tocaba correr 42 kilómetros, o, lo que es lo mismo, tocaba volver a enfrentarse a la distancia de Filípides.
Finalmente, no se
dio en 2024, pero tenía ganas de hacer una maratón en la que me sintiera
orgulloso y, tras plantearme intentar bajar de 3:30, mi hermano (del que, por
desgracia, me fío cuando hace cálculos sobre lo que soy capaz de hacer) me
calentó para atacar el 3:15.
No partía en muy
buen estado de forma cuando empecé a prepararme y no seguí demasiado (por no
decir prácticamente nada) el plan de entrenamiento que me creé, lo que hizo que
el problema fuera la resistencia. Semanas de 2 o 3 días de entreno, tirada más
larga de 24 km, un par de esguinces leves y algún resfriado que no dejaban
coger la constancia necesaria…
Aun así, estaba
rápido y dentro del planning, decidí correr a finales de enero los 10K de
Vilafranca y en Marzo la Mitja Marató de Balaguer. Según las tablas de
predicción de tiempo en maratón en función de lo conseguido en distancias
menores, debía ser capaz de correr en menos de 42 y de 1:33 respectivamente
estas dos pruebas y lo conseguí con un 41:56 en Vilafranca y 1:29:50 en
Balaguer. Mi segundo mejor 10.000 y mi mejor media, mejorando en más de 3
minutos la anterior.
Los pensamientos
oscilantes que lo mismo hacían que me viniera arriba pensando en mi velocidad
que que me acojonara pensando qué pasaría a partir del km 25, me acompañaron
hasta la misma capital de Aragón en el primer fin de semana de Abril.
Tras semanas de lluvia y mal tiempo, llegamos a Zaragoza en los primeros días realmente primaverales del año con el cielo azul y una temperatura muy agradable, pero con muchas nubes de duda en mi cabeza sobre lo que pasaría al día siguiente. Veía bastante claro que el 3:15 no saldría, confiaba en, al menos, salvar el 3:30 y me consolaba pensando que muy mal tenía que salir todo para que no consiguiera, como mínimo, mi mejor marca en los 42.195 metros.