6 oct 2022

El monte me hace feliz

   Hace ya unos diez años que empecé a correr y que lo que siempre había sido una "tortura" se convirtió en una parte importante de mi vida.

He explicado en infinidad de ocasiones cómo me enganché a esto de las zancadas, de correr, del running, pero no ha sido hasta hace muy poco que me he dado cuenta de cómo los motivos que me engancharon no fueron los mejores y que eso explica que tuviera un parón de cerca de 5 años.

Como explicaba en este post, al empezar a correr me volví esclavo del reloj y la motivación no venía de la acción de correr si no, como dice una amiga, de cosas del ego. No se trataba de disfrutar de correr. No se trataba de superación. Se trataba de demostrar algo a mí mismo y a los demás. De encontrar mi validación en forma de horas, minutos y segundos.

Me costó ser capaz de correr sin mirar constantemente a mi muñeca y, aunque en el monte siempre fue más fácil, lo que tiraba de mí eran las carreras, el conseguir marcas o clasificaciones que me parecieran dignas y recibir felicitaciones de mis amigos, familiares y conocidos.

No tiene nada de malo el querer superarse a uno mismo. El ponerte retos que antes te parecían imposibles y ver que eres capaz de conseguirlos. El compartirlo con la gente que te importa y que te siente bien que se alegren por tu éxito. Pero si esa es la única motivación, estás abocado a la frustración porque los años pasan y es cuestión de tiempo que las marcas dejen de mejorar. Y es que hay días en los que, por lo que sea, el cuerpo no tira como esperas y te es imposible correr a tus ritmos habituales, o una lesión te puede dejar en el dique seco...

Es por ello que la motivación tiene que estar en otro lado. Es por ello que me encanta ser consciente de todo lo que me aporta correr. Saber que es en esos momentos en los que aclaro mi cabeza. Que es entre zancada y zancada donde más fácil elimino la ansiedad y el estrés. Que mi respiración al compás de mis pasos estabiliza mis estados de ánimo. Que la serotonina que genero me hace sentir bien al margen de la velocidad a la que vaya.

Y en el monte todo esto se multiplica por muchas razones.

Para empezar, soy mucho más consciente de mí mismo ya que, mientras en asfalto hay ocasiones en las que entro en modo automático y el cuerpo tira solo (lo que va muy bien cuando tienes cosas a las que dar vueltas en tu cabeza), cuando estoy en el monte voy continuamente pendiente de como responde mi respiración y musculatura ante los desniveles, de apoyar bien los pies en los distintos terrenos irregulares, de mantener el peso centrado y el centro de gravedad bajo para reaccionar mejor a resbalones y tropezones y evitar caídas (spoiler: no siempre se consigue!) o de dónde me agarro y dónde apoyo los pies cuando voy grimpando. Un ejercicio claro de Mindfulness; de estar en el momento presente.


Seguiré hablando de lo obvio: los paisajes. Tenemos lugares increíbles muy cerca y he aprendido a disfrutarlos como se merecen. Caminos entre campos cultivados y pequeños bosques a los que puedo llegar corriendo desde casa, senderos entre setos que te llevan hasta pequeños picos desde los que apreciar toda una comarca, ríos, torrentes, pozas, picos imponentes que parecen inaccesibles desde abajo, crestas de roca por las que jugar a ser un equilibrista, hayedos, pinares, caminos de ronda y acantilados junto al mar, prados verdes donde el ganado traza infinidad de caminos que se entrecruzan continuamente, tarteras, lagos, cascadas, paisajes fantasmagóricos dibujados entre la niebla, flores, setos, amaneceres y atardeceres que hacen que un mismo lugar sea diferente cada día, árboles imponentes partidos por rayos o derribados por el viento que se convierten en escenarios oníricos y nos recuerdan lo insignificantes que somos, mantos de hojas secas que se abren a nuestro paso... Sin duda, vale la pena tomarse tiempo para apreciar cada una de estas cosas porque aporta muchísimo.


Y, aunque lo podía haber incluido en los paisajes, quiero hablar aparte de los animales. No sé qué es lo que tienen, pero si salgo a correr y veo animales, la carrera vale doble! Conejos, corzos, jabalíes, isards, buitres, vacas, cuervos, águilas, caballos, burros... Es verlos y se me dibuja una sonrisa en la cara y, además, siempre aprovecho para fotografiarlos y enseñárselos a mis hijos, volviendo a disfrutar viendo sus caras al verlos.

Este verano he podido aprovechar mucho mi tiempo en el monte y cada momento me ha aportado muchísimo: Mi ruta recurrente Trail+Chof en la que me baño en el río a media carrera, subir al Pedraforca, recorrer de madrugada "mis montañas" (a las que llego corriendo desde casa y que llevo tatuadas en el brazo), recorrer parte de la Zegama-Aizkorri, hacer la ruta Zumaia-Deba pasando por los Flysch, correr por el Montseny, subir corriendo a Montserrat, que fue la primera ruta trail "seria" que me plantee hace cerca de 10 años, pasear por los "estanys" del pirineo...

El monte me hace feliz y tengo intención de seguir disfrutándolo todo lo que pueda. Solo o en compañía. Corriendo o andando. Con dorsal o sin él. De día o de noche. Con sol o con lluvia...

Como sea y siempre que pueda, ahí estaré!

P.D. Dejo unas cuantas fotos random de grandes momentos por el monte.




















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